Mientras Amanda seguía leyendo me acerqué por detrás, aparté el pelo de su cuello y empecé a acariciarlo suavemente. Deslicé mis manos hacia abajo hasta adentrarme en su escote sudoroso y la agarré con suavidad de los senos, que casi no me cabían en las manos.
¡Uff! -exclamó. -Sigue, por favor
Para no interrumpirla en su lectura decidí ponerme delante de la silla y me arrodillé para explorar el interior de su vestido. Amanda abrió sus piernas en señal de bienvenida.
Estoy completamente mojada – dijo.
Retiré el tanga de su cintura y noté como goteaba su vulva peluda. Amanda se abrió ante mis ojos y colé mi lengua para saborear su hermoso clítoris.
¡Dios! – gritó. – No aguanto más, ¡haz conmigo lo que quieras, por favor!
Agarré a Amanda por el culo y la subí encima de la mesa. Me pidió que la envistiese con fuerza. Que a ella sólo le gusta que la empotren. Estaba tan mojada que entró en su vagina como si fuese de mantequilla. No paraba de gemir y de gritar cada vez más fuerte. Después de un par de gritos se retorció de gusto en mi pecho.
Amanda no paraba de jadear. Se bajó de la mesa y me dijo:
Prepárate, ahora me toca a mí.
Sudábamos como una cascada, Amanda se arrodilló y me lanzó un escupitajo directo al glande, que ya estaba rojo como un tomate. Entre jadeos y gemidos sacó la lengua y se la metió hasta la garganta, moviendo la cabeza de un lado a otro.
Era imposible soportar tanto placer, así que me dejé ir. Amanda empezó a cubanear mientras me miraba con los ojos casi en blanco. No tardé ni 10 segundos en soltarle todo por la cara. Hacía tiempo que no exprimía tan bien mis pelotas.